Obesidad
¿Qué
es? Y ¿Por qué es importante?
En los últimos años el
tema de la salud física ha recobrado vital importancia, de hecho, al entrar en
el siglo XXI ya se empezaba a alzar la voz previniendo contra los trastornos
alimenticios, con lo cual rechazábamos las figuras extremadamente delgadas y
promovíamos contornos más reales, el orgullo de las curvas. Sin embargo no pasó mucho tiempo para que se
hablara de moderación, ya que, si bien es recomendable sentirse cómodo en el
cuerpo que le tocó, es igualmente esperado reconocer que lo más importante no
es la estética: es la salud. Un cuerpo sano es aquel que se ejercita
regularmente y que se alimenta de manera balanceada, evitando el extremo
delgado y su opuesto: la obesidad.
La Organización Mundial
de la Salud, OMS, define la obesidad como una acumulación anormal o excesiva de
grasa corporal que puede ser perjudicial para la salud. El parámetro de lo que
se entiende como anormal o excesivo está dado por las medidas de cintura y por
el IMC, índice de masa corporal, que no es más que la relación entre la altura
de una persona y su peso. Para calcularlo hay que dividir el peso de una persona
en kilos entre el cuadrado de su talla
en metros: kg/m2. La fórmula pudiera parecer aparatosa, pero
proporciona una medida objetiva e independiente del sexo y la edad de los
pacientes. Para la OMS, la obesidad se presenta a partir de un IMC de 30, 7.5 puntos por encima del 22.5 que se considera
saludable.
¿Cómo es que el IMC de
una persona llega a 30? Aunque el aumento en el IMC puede estar asociado a
problemas genéticos u enfermedades de varias índoles, la causa fundamental es,
y ha sido, el desequilibrio entre calorías consumidas y calorías gastadas,
mismo que se ha incrementado últimamente gracias a los cambios en la dieta
(ahora alta en grasas, sales y azúcares) aunados a la disminución de la
actividad física y el estilo de vida predominantemente sedentario.
Según datos de la OMS,
la prevalencia mundial de la obesidad en 1980 era la mitad de lo que se alcanzó
en 2014, año en el cual 13% de la población mundial presentaba ese
padecimiento. Lo más alarmante es que estas cifras rebasan las correspondientes
a las de la muerte por insuficiencia ponderal (delgadez extrema), y, peor aún,
aunque antes se consideraba que el sobrepeso era un padecimiento propio de las
clases con mayores recursos económicos, ahora no es exclusivo a este grupo,
pues se ha observado que en estratos con menos posibilidades adquisitivas la
mala nutrición también ocasiona obesidad. El sobrepeso y obesidad afectan
principalmente a hombres entre los 60-70, así como a las mujeres alrededor de
los 30-39 años.
Un Índice de masa
corporal elevado es un factor importantísimo de riesgo de adquirir enfermedades
tales como la diabetes tipo II, enfermedades coronarias, cardiopatías,
accidente cerebro-vascular, presión arterial alta, dislipidemias, osteoartritis,
enfermedades de hígado o vesícula, apnea del sueño, menstruación anómala y
ciertos tipos de cáncer que atacan principalmente endometrio, mamas y colon. Así,
causa la muerte de 2.8 millones de adultos por año, según el foro económico
mundial.
Debido a lo anterior, la
OMS ha tomado cartas en el asunto exhortando a los interesados para actuar en
distintos niveles, ya sea mundial, regional, local o personal, con el objetivo
de mejorar los hábitos de alimentación y de actividad física.
El caso en particular
de México es importante ya que es el país en el primer lugar de obesidad y
sobrepeso mundial, con 70% de los adultos padeciendo alguna de dichas
condiciones, según el Instituto Nacional de Salud Publica de México (INSP). Por su parte, Juan Rivera, director del
centro de investigación en salud y nutrición del dicho instituto, menciona que
la obesidad le costó a la economía mexicana unos 5,500 millones de dólares
(mdd) estimados en 2008, y, que de no abordarse el problema, la cifra podría
alcanzar los 12,500 mdd para 2017.
¿Por
qué no todas las personas desarrollan sobrepeso u obesidad?
¿Tenemos la misma
propensión a la obesidad? La respuesta es no. El cuerpo humano está programado
para adaptarse a periodos de escasez o abundancia de alimento, de esta manera,
por ejemplo, cuando un bebé se desarrolla en el vientre de una madre mal
alimentada, el cuerpo de dicho bebé se adaptará a la escasez mediante
mecanismos de almacenamiento, por lo tanto, al crecer, será más propenso a la
obesidad que una persona cuyo desarrollo prenatal involucró una buena nutrición.
Otro ejemplo lo propone el científico británico David Barker, quien observó que
un grupo de recién nacidos de bajo peso, presentaron obesidad, diabetes, e
hipertensión en su vida adulta. Según Barker esto se debe a un mecanismo de jerarquización de
funciones del cuerpo humano: los requerimientos energéticos se minimizan por
dar prioridad al crecimiento encefálico por encima del muscular y renal. En
otras palabras lo que ocurre es que, el cuerpo, acostumbrado a la falta de nutrientes,
se prepara para aprovechar lo más que pueda en el momento en que sea
alimentado, además de no gastar energía que “no tiene”; como resultado de esto
se da la acumulación excesiva de grasa que conlleva a la obesidad, y las
alteraciones metabólicas (es decir, malfuncionamiento de los procesos químicos
y biológicos que ocurren en el cuerpo humano) que dan como resultado tanto la
diabetes, como el resto de las enfermedades asociadas (comorbilidades).
En este sentido, es
evidente que existen mecanismos moleculares y celulares que controlan la
regulación del consumo y uso de la energía en un individuo así como algunos
genes que participan promoviendo la acumulación de grasa y la consecuente obesidad,
al igual que las patologías relacionadas con el exceso de grasa corporal. Así
mismo, la obesidad puede presentarse con diferentes fenotipos (la expresión
genética visible), tales como: obesidad mórbida, obesidad abdominal, obesidad
de inicio temprano y obesidad ginoide (que afecta sólo a las mujeres).
Aunque en ciertos casos
la obesidad se presenta como resultado de la expresión de un solo gen,
(obesidad monogenética), también puede presentarse como parte de un síndrome
(obesidad sindromática), por ejemplo en el caso de los individuos con Prader-willi
o Bardet-Biedl, entre otros; sin embargo, lo más común es que sea producida por la expresión de varios
genes (polimorfismos genéticos) en interacción con el ambiente.
Los genes polimórficos
que favorecen la obesidad, están relacionados a las señales de hambre y
saciedad, así como en genes involucrados en el metabolismo y en el gasto
energético. Se cree que, aproximadamente 35% de la variabilidad del IMC es
heredada.
Es importante mencionar
que existe un paso trasgeneracional
es decir, una posibilidad de adquirir un fenotipo fisiológico X, y que éste sea
transmitido a las siguientes generaciones, a pesar de que éstas no hayan sido
directamente expuestas al ambiente negativo.
¿Quiénes
engordan más? Predisposición genética y variantes étnicas.
A nivel mundial existe
una diferencia genérica, pues las mujeres presentan la mayor tasa de obesidad
mientras que los hombres de sobrepeso. A este respecto se ha argumentado que,
además de componentes genéticos, las mujeres tienden a acumular peso con cada embarazo,
sobre todo en los estratos económicos más afectados por la carencia. Además se
ha observado una relación entre obesidad y etnia, pues entre la población negra
existen más mujeres obesas que entre la caucásica; los hombres caucásicos y
negros no difieren mucho respecto a la prevalencia de obesidad.
En el caso particular
de México, la población comparte ciertos genes que la hacen propensa al
sobrepeso, entre ellos se encuentran genes ahorradores (de energía) y mayor
frecuencia de intolerancia a la glucosa, a diferencia de otros grupos étnicos.
No obstante, al momento
de realizar estudios de aumento de peso en individuos de peso normal, y con
características similares, sorprende la gran diferencia, no sólo del aumento de
peso, también del tiempo que cada individuo tarda en perderlo, así como la
posibilidad de ganar peso extra en el futuro (efecto rebote). Es por ello que
se reconoció la importancia y la influencia de ciertos componentes ajenos a la
biología de las personas, es decir, factores ambientales. Entre estos se
encuentran:
·
Dieta: la alimentación es, con toda
razón, uno de los primeros factores en que se piensa al mencionar sobrepeso y
obesidad. Cada cultura ha crecido en torno a una determinada dieta, e incluso a
determinado producto alimenticio particularmente popular; en el caso de México
la tortilla de maíz es una de las principales fuentes de energía y proteínas,
por ejemplo. Actualmente, la dieta del mexicano promedio está influenciada por
las tendencias alimenticias globales que involucran comida de preparación
rápida, que no implique grandes esfuerzos o tiempos antes de ser servida; por
otro lado están los alimentos chatarra, cuya calidad está muy por debajo de lo
recomendable pero constituyen una fuente económicamente accesible; así mismo
cabe recalcar la presencia de productos “light” (bajos en grasas o azúcares)
que promueven abusos en el resto de los alimentos.
·
Ejercicio: otro factor importantísimo a
considerar es la actividad física, para el CDC cualquier actividad con esfuerzo
de moderado a alto es relevante para la salud, sin embargo, cabe aclarar que el
grado de beneficio de dichas actividades está dado en relación al tipo,
intensidad, frecuencia y duración de la misma. Para ésta entidad lo mejor sería
realizar 150-250 minutos de cualquier actividad moderada o intensa a la semana,
lo cual equivale a cerca de 20-45 minutos al día; actividad vigorosa 75 minutos
a la semana; o una combinación de ambas.
·
Sedentarismo: o falta de actividad
física frecuente. El estilo de vida sedentario ha ido en incremento en los
últimos años gracias a las facilidades emergentes en urbanización y tecnología.
El ritmo de vida también va en aumento, robando tiempo a los deportes u
actividades aeróbicas, forzando a gran parte de la población a utilizar
transporte motorizado a la par de emplear el tiempo libre en actividades con un
esfuerzo físico sutil, como ver televisión o pasar tiempo en la computadora. En
México se estima que una persona común ve la televisión, en promedio, 3.2 horas
al día. Por esta razón ya se han implementado algunos programas que promueven
el ejercicio enfocados en la mejora de instalaciones deportivas, ciclo pistas,
parques, espacios verdes, etc.
·
Hábitos y psicología: desde una
perspectiva conductual, el sujeto obeso, o en riesgo de, será aquel que carezca
de estructura en sus hábitos alimenticios, lo cual conduce a sensaciones de hambre
o saciedad inadecuadas; así mismo, se
encuentran en alto riesgo de padecer exceso de grasa los individuos que coman
por ansiedad, etc. Pese a que no se sabe si un problema psicológico precede a
la obesidad o viceversa, sí queda claro que existe cierta reciprocidad, pues se
ha encontrado que, la gran mayoría de
los pacientes obesos sufren problemas de autoestima, mismo que es fuerte
detonador de otras condiciones como depresión y ansiedad, que a su vez, se
presentan en este tipo de personas comúnmente.
Como podemos ver, el
ambiente es un factor determinante para la detonación de la obesidad, pues así
como se promueven estilos de vida saludables, es posible estar inmersos en
estilos que sean todo lo opuesto.
La
cuestión social en México como factor de predisposición a la obesidad.
La develación de México
como primer nivel mundial en obesidad permitió hablar del tema abiertamente, ya
no era sólo una opción sino toda una obligación reconocer el problema y
proponer soluciones, sin embargo, para que estas soluciones sean realmente
efectivas hay que preguntarse primero ¿Cuáles fueron las situaciones que
llevaron a México a las circunstancias actuales?
Como se mencionó
anteriormente las etnias mesoamericanas presentan genes que predisponen al
sobrepeso u obesidad, esto se ha corroborado en estudios donde la población
latina-hispana exhibe una mayor prevalencia de exceso de grasa frente a otros
grupos. Sin embargo, como también se hizo mención previamente, la obesidad es
un problema multifactorial, y gran parte de los factores que lo detonan no son
genéticos, sino ambientales.
En este sentido se ha
encontrado un cambio general en los patrones de alimentación entre la población
mexicana: estudios del INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e
Informática), entre 1984 y 1988, analizaron los cambios en la media de compra
de alimentos por adulto encontrando que se disminuyó la cantidad de frutas,
verduras, lácteos y carnes compradas, a la par que aumentó el consumo de
alimentos altos en carbohidratos refinados, azúcares y refrescos. Los últimos
pueden aportar hasta el 20 a 22% del total de energía recomendada en la dieta
para grupos de edad distintos.
Así mismo se ha
reducido el tiempo de actividad física, y pese a la escaza información
correspondiente a la frecuencia de actividad física en los mexicanos, se estima
que la población de entre 9-16 años pasa en promedio 4.1 hrs al día viendo
televisión o jugando videojuegos, en contraste con el promedio de 1.8hrs de
ejercicio diario. De esto cabe resaltar que existe una diferencia importante
entre el tiempo de actividad física de los niños y el de las niñas, siendo los
niños quienes dedican más tiempo en actividades físicas. Estudios de la
Ensanut-2006 arrojan que las horas frente a televisión, o el tiempo dedicado a
cualquier otra actividad sedentaria, se encuentran asociados directamente al
sobrepeso u obesidad. Es decir, cuanto mayor sea el tiempo dedicado al
sedentarismo, mayor será el riesgo de acumular grasa extra, y, por el
contrario, mientras más tiempo se dedique a la actividad física, moderada o
vigorosa, menor será el riesgo de padecer sobrepeso u obesidad.
Aquí conviene hacer un
alto y replantearse la pregunta inicial de las circunstancias particulares de
México, pues la obesidad es un problema a nivel mundial, otras etnias presentan
predisposición a la acumulación de grasa corporal y, por último, muchas otras
personas llevan estilos de vida que implican un desbalance energético. Entonces
¿por qué México, y no otro país, es el primer lugar mundial en obesidad?
Pues bien, en México
convergen ciertos factores sociales que contribuyen a esta pandemia: la
distribución no equitativa de dinero, poder y recursos. En México abundan los
llamados “desiertos alimenticios” regiones donde escasean los alimentos
nutritivos, o bien, existe cierto desequilibrio energético. Por ejemplo,
algunos estudios han demostrado que en las zonas rurales del país hay desabasto
de frutas y verduras, pero es posible conseguir alimentos con alto contenido
energético a lo largo de todo el año. Aunado a lo anterior, se ha observado un
aumento en el tamaño promedio de las porciones de cada comida, mismo que ha
sido alentado por las cadenas de comida rápida, en las que facilitan el acceso
a comida de baja calidad nutricional, alta en grasas y carbohidratos, y que
ofrece un rápido efecto de saciedad a costos relativamente bajos.
Lo anterior, junto con
el predominante sedentarismo, es lo que ha llevado a México a ser el primer
lugar en obesidad. Es alarmante pensar que el costo de esta condición podría ascender
a 12,500 mdd para 2017, como se mencionó anteriormente. Para evitar llegar a esto
entidades gubernamentales han lanzado diferentes campañas que promueven una
nutrición sana, actividad física y monitoreo constante de peso y medidas.
Pensemos que si bien,
el costo a nivel federal nos involucra a todos, quienes estén relacionados
directamente con esta enfermedad, ya sea por padecerla o ser cercanos a alguien
que lo haga, sufrirán el reflejo de estos costos mucho más de cerca. Sin
embargo, la principal razón para evitar llegar a esos extremos, sigue siendo
una cuestión de salud.
Analizando
de cerca las consecuencias de ser obeso.
Gracias a lo expuesto
previamente queda claro que la obesidad es un problema que va más allá de la
vanidad y los estándares de belleza. El exceso de grasa corporal, a manera
técnica, indica sobrepoblación de adipocitos, que son las células que se
encargan de almacenar las grasas que no hayan sido utilizadas por el
metabolismo, y esperar señales del sistema endócrino para su consumo que no
sólo implica producción de energía, las grasas también sirven como aislante
térmico, o como recubrimiento celular (en las neuronas, por ejemplo, existe una
capa grasa que cubre las prolongaciones que ayudan a que estas se comuniquen
entre sí, esta función es importantísima para el óptimo desempeño del encéfalo),
entre otros. Esto quiere decir que el consumo de grasas en el cuerpo involucra
a este en su totalidad, por lo tanto, un desequilibrio en la cantidad de los
ácidos grasos se traduce en cantidad de enfermedades y complicaciones. De entre
todas estas complicaciones se destacan las mencionadas en la introducción, y se
desarrollan a continuación.
Diabetes: la obesidad
está asociada a la resistencia a la insulina, que es la hormona encargada de
llevar los carbohidratos (azúcares) a los lugares donde serán consumidos. La
resistencia a la insulina, ocasiona, entre otras cosas, que los niveles de
azúcar en sangre se eleven. Es decir, dado que la insulina es una hormona que
acarrea las diminutas partículas de carbohidratos a diferentes partes del
cuerpo, una resistencia a la insulina implica que ahora se necesitarán más
moléculas de ésta para cumplir con las funciones de siempre, por lo que los
azúcares se quedan en el torrente sanguíneo “esperando” a ser utilizados.
Si los azúcares son el
primer recurso del cuerpo para obtener energía, mientras más disponibilidad en
sangre haya de estos, menos recurrirá a las reservas (grasas). De manera que la
resistencia a la insulina también promueve el aumento de diferentes tipos de ácidos
grasos, tales como las Lipoproteínas de Muy Baja Densidad, conocidas como VLDL
por las siglas en inglés para “Very Low Density Lipoprotein”; así mismo existen
las HDL, High Density Lipoprotein, o Lipoproteínas de Alta Densidad, en
español. Y, por otra parte los famosísimos triglicéridos. La alta producción de
VLDL incrementa a su vez los triglicéridos y/o las LDL en sangre.
Dislipidemias: se
refiere al aumento en los ácidos grasos ya mencionados, con lo cual aumenta el
riesgo cardiovascular, pues las LDL, pequeñas, persisten en el plasma sanguíneo
por largos periodos de tiempo, durante los cuales, poco a poco, crece la
posibilidad de formar placas de ateroma, mismas que pueden llegar a provocar
una cardiopatía isquémica.
Trastornos de sueño:
aún no se ha establecido la relación entre sobrepeso y disminución de
sueño, no se sabe si la disminución en
las horas de sueño es un factor de riesgo para padecer obesidad o viceversa,
pero queda claro que a mayor grasa corporal, menos horas de sueño. La falta de
sueño tiene sus propias consecuencias, entre ellas se han encontrado un aumento
a la resistencia a insulina, entre otros.
Apnea/Hipoapnea
obstructiva del sueño: ocurre cuando se bloquea intermitentemente la vía aérea
superior (Tráquea, Laringe, Bronquios), interrumpiendo el flujo del aire y
alterando la calidad del sueño. Este síndrome ha sido asociado a obesidad y
presuntamente la relación se encuentra en el exceso de tejido adiposo que
recubre los mencionados órganos.
Enfermedad pulmonar:
mecánicamente, la distensión de las vísceras digestivas obstaculiza el
movimiento de los pulmones. Por otra parte, también existe una pérdida en la
capacidad de distención de la pared torácica. Todo esto altera el intercambio
de gases, formando lo que se conoce como Hipoventilación Alveolar del Obeso
(HAO), así como el síndrome de Pickwick, y, finalmente, estudios recientes
están encontrando una relación entre asma y obesidad principalmente en mujeres.
Hipertensión: el tejido
adiposo excesivo promueve un aumento en la neovascularización (formación de
vasos sanguíneos extra), de manera que se aumenta la cantidad de sangre
circulante, es decir, aumenta el “volumen intravascular”, sometiendo al corazón
a un trabajo mucho mayor que de costumbre. Esta condición no es sólo preocupante
en sí misma, ya que también es uno de los factores de riesgo más importantes
para otras alteraciones cardiovasculares como insuficiencia cardiaca, ictus, o
problemas renales.
Osteoartritis: aunque
se reconoce la relación entre esta patología y obesidad, aún no quedan claros
los medios por los cuales ocurre, sin embargo se cree que puede deberse a la
presión que causa el sobrepeso sobre una o varias articulaciones; así mismo es
posible que los cambios metabólicos inducidos por el exceso de grasa contribuyan
a cambios en la densidad ósea; por último, los componentes de la dieta de una
persona obesa pudieran dañar hueso, cartílago y otras estructuras del sistema
músculo esquelético.
Cáncer: Entre los
diferentes tipos de cáncer que se han relacionado al sobrepeso u obesidad
están: cáncer de mama, endometrio, esófago, páncreas, vesícula, estómago, colon,
y riñón. El punto de convergencia de estos tipos de cáncer y obesidad, parece
ser el hipermetabolismo resultante de esta condición, pues éste favorece la proliferación
celular. De hecho, se ha demostrado que la misma resistencia a insulina aumenta
las hormonas sexuales, promoviendo los cánceres de etiología hormonal.
Pese a que es difícil
establecer los factores exactos que relacionan obesidad con cáncer de cierto
tipo celular, se ha observado que, en los casos de cáncer de colon y mama,
principalmente, el factor de riesgo no es precisamente el IMC, sino la
circunferencia de la cintura y cadera, lo cual implica que una persona con IMC
normal o casi normal, también está en riesgo de desarrollar este tipo de cáncer
si sus medidas de abdomen pasan el límite recomendado. En cuanto a la vesícula,
se ha observado que la obesidad influye en el riesgo de colelitiasis, misma que
a su vez aumenta el riesgo de inflamación crónica, aumentando así el riesgo de
cáncer de vías biliares.
La
obesidad mórbida y los diferentes tratamientos para contrarrestar el exceso de
peso
Se define con este
término al tipo de obesidad que compromete la vida a corto plazo, el diagnóstico
es in IMC mayor a 40, o un peso que doble o sobre pase el doble del peso
recomendado.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición
(ENSANUT) en 2012, el 32.4% de la población adulta en México ya padecía
obesidad, y de estos 7.3% presentaban obesidad grado II y 3.0% grado III
o mórbida. El gran problema es que ésta es una enfermedad de tratamiento
complicado, pues quienes la sufren presentan problemas psicológicos y de
movilidad, por lo que más allá de dietas y ejercicio, se necesita intervención
quirúrgica.
Además de todo lo dicho
previamente, algunos estudios han revelado que los sujetos que hayan padecido
sobrepeso u obesidad en su infancia, tendrán mayor probabilidad de tener
problemas de peso en su adultez, o peor aún, aquellos que para su adolescencia
permanezcan obesos tienen un 90% de probabilidad de quedarse así. Es por esto
que el problema de la obesidad requiere atención inmediata e intensiva, pues
definitivamente es un problema de salud que puede agravarse si no hacernos algo
por detenerlo.
En el ámbito
internacional se ha dado a la obesidad un enfoque económico, pues de esta
manera se urge a las entidades interesadas a intervenir en la prevención,
control, y seguimiento de las enfermedades crónicas relacionadas a la obesidad,
así como a la obesidad misma. El caso de México no es particularmente distinto,
ya la revista Forbes habló de los millones de dólares que éste problema podría
costarnos en 2017. Sin embargo, tanto en México, como en el resto de los países
más afectados, hay ciertos factores que obstaculizan las metas en relación al
peso saludable: en primer lugar existe un problema de información, las personas
no saben bien lo que consumen y esto se debe principalmente a la publicidad
engañosa de los productos alimenticios, así como a la complejidad de la
información a la que tienen acceso; por otro lado, los individuos suelen pasar
por alto los riesgos así como las consecuencias económicas y de salud de sus
decisiones respecto a su alimentación, ejercicio y peso.
Para mermar esta
situación en México se han propuesto acciones tales como: establecer
lineamientos para el control de los alimentos y bebidas en venta en las
escuelas de educación básica a nivel nacional; regular el etiquetado de
productos; ejecutar programas como el de “5 Pasos por tu Salud”, así como los
programas de los servicios de salud pública (PrevenIMSS, PrevenISSSTE, Consulta
Segura y Unemes para individuos de alto riesgo) que están enfocados en la
detección oportuna y posterior control de la obesidad y sus comorbilidades.
Referencias
Rivera Dommarco et al.
(s.f) Obesidad en México: recomendaciones
para una política de Estado. Academia Nacional de Medicina.
Soto Monge T. &
Lagos Sánchez E. (2009). Obesidad y
cáncer: un enfoque epidemiológico. Revista Médica de Costa Rica y Centro
América. Vol 587. 27-32p.